Si este libro se hubiera publicado sólo con el nombre del autor, Andrés González Prieto, habríamos sabido, antes de leerlo, que está repleto de nostalgias. Toda la producción literaria de Andrés es nostálgica. Comenzó con “La historia de la música moderna en el Valle del Yaqui”, de 2023, en la que evoca los éxitos de excelentes bandas de música de la región, con numerosas fotografías para que el recuerdo no se atenga sólo a las palabras.
Sigue éste, “Nostalgias de Cajeme”, y se adivina uno próximo, en el que se centrará la nostalgia en sus travesuras de niño y las consecuencias no siempre gratas, pues al menos en una corrió riesgo de muerte. En el libro que hoy comento está reseñado ya este episodio.
Cuando la pálida luz de la nostalgia ilumina las fechas de fundación de varias escuelas, asigna a la José Rafael Campoy el año de 1935 (pág. 67). No es correcto. La escuela secundaria fue conocida mucho tiempo como “número 1”. Yo cursé el primero y segundo grados cuando se ubicaba en un caserón de dos plantas que hasta hace poco vi todavía en pie, por la Allende, entre las calles Miguel Alemán y Sinaloa. En 1948 nos cambiaron con todo y el director Lázaro Mercado al nuevo edificio, en donde terminé el tercer año. Estuvo en la esquina de Chihuahua y Calle 200 no mucho tiempo, porque pasó a su ubicación actual. El edificio que dejamos lo ocupó el Instituto de Estudios Superiores Justo Sierra, semilla del ITSON, en 1955.
Me habría gustado que al mencionar a Manuel y Lupe Islas en relación al Club Olímpico y el Campestre, se hubiera dedicado un recuerdo para Ramiro Ibarra, que fue administrador del citado Campestre, y además era músico. Pero Andrés no pretende cargar con todas las nostalgias de Cajeme, su libro es de nostalgias personales y las exhibe a partir de su arribo a Ciudad Obregón en el amanecer de su adolescencia. Eso explica que se duela de la desaparición del Cine Cajeme y no de la del hermoso Cine Teatro Obregón. Sin embargo, no estaba aquí cuando apareció en el paisaje la laguna del Náinari, y le dedica páginas de encendido amor, inclusive una canción.
Los recuerdos se le atropellan y no tiene más remedio que disparar nombres de fondas y restaurantes en bloque, las canciones añoradas en grupos, igual que los slogans comerciales, y al final, docenas y docenas de nombres de los amigos que le saltan a la memoria. “Nostalgias de Cajeme” constituye una apasionada declaración de amor a Cajeme. Se goza con su lectura.
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