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No arribó Casimiro Navarro en la mejor época del PAN a la presidencia municipal de Hermosillo. Tuvo que forjar su propia época con su estilo personalísimo. Se quejó una familia por la vía telefónica de que un individuo, o drogado o borracho, las amenazaba, y solicitaban los quejosos el auxilio de la autoridad con urgencia. No había tiempo para organizar la salida de la patrulla que acudiera al llamado, de modo que fue el mismo presidente municipal quien acudió al lugar y sin más armas que sus puños sometió al rijoso y lo llevó a la comisaría.
Así era Casimiro. La política del partido, sí, pero primero la acción directa, la solución práctica. El gobernador Samuel Ocaña dijo entonces que la ciudad se veía “desgreñada”. Había problemas con el embajador John Gavin, nacido sonorense, por cierto, y con el arzobispo. El gobierno priista no estaba para colaborar al renacimiento de Hermosillo, sino para estorbar los programas del alcalde y la permanencia del blanquiazul.
Casimiro cumplió con el sector con el que estaba comprometido. El de los más pobres, los amolados. Fue un presidente municipal popular. Su trayectoria fue breve pero provechosa. Con su ejemplo, se le bajaron los humos aristocráticos a renombrados panistas.
Establecido en su tienda de artículos deportivos siguió cultivando la parcela de la amistad. Dejó huella. Descanse en paz,
¿CAMBIO CON BRONCA?
La dirigencia del Sindicato de Trabajadores y Empleados de la Universidad de Sonora no quiere esperar la fecha de la negociación del emplazamiento; exige que de una vez decida la institución el caso de empleados que están ganando salarios debajo del mínimo.
Y han efectuado bloqueos que paralizan la actividad universitaria. ¿Es un plan del Sindicato para estorbar el proceso de elección rectoral, quizás de acuerdo con el sindicato hermano? Malo que no se piense que precisamente en estos momentos la paz interna es fundamental para garantizar el cambio con provecho.
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