Fue verla y enarmorarse de ella. Enamorarse es poco: Se obsesionó con ella, con su figura, su bella sonrisa y cabellos, esa vocecita sensual que rimaba con su gracioso caminar.
La conoció en el Hospital del IMSS donde el estuvo encamado. Ella trabaja allí, como tantas otras jovencitas hermosas que ya son enfermeras, afanadoras o doctoras.
Ella es una de esas mujeres, decentes y trabajadoras, que no tienen la culpa de que haya pacientes como Víctor Manuel, un fogoso admirador de 49 años de edad. ¡Casi cincuentón, habrase visto!
Pero el amor y la calentura no saben de edades y él la siguió desde aquel día que estaba envuelto con la bata que le ponen a los pacientes, triste, cansado, ojeroso y sin emociones. Ella en cambio, fresca, alegre y radiante.
Del simple gusto pasó al amor, del amor a la obsesión y desde entonces le dio por seguirla a todas partes, a decirle dulces palabras de amor revueltas con las frases más cochinas y propuestas indecorosas.
Y no sólo las palabras, también las miradas lascivas, el ojo atento a salva sea la parte, el brillo morboso de las pupilas. Las lagañas sacudidas por el deseo.
Un día, cansada de su acosador, ella lo reportó a las autoridades y éstas lo obligaron a mantenerse a una distancia prudente de su objeto del deseo.
Pero él no hizo caso, insistió, volvieron los acosos y a los "chiquititita, mamacita, preciosa, yo te haré feliz", más otras expresiones que por pudor no podemos escribir aquí.
Así fue hasta el día de ayer, cuando ella llamó de nuevo a los policías y éstos, como son muy caballerosos y decentes, detuvieron al obsesivo acosador en la esquina de las calles Sinaloa y No Reelección.
Se hizo justicia. La mujer ya está libre de su acosador, y éste ahora se relame las heridas en una oscura suite con barrotes.