La fiesta se celebraba con gran júibilo y esmero en una modesta casa de la calle Puerto de la Paz, colonia México. Vinieron todos, familiares, amigos y vecinos; platicaban, bebían líquidos ambarinos y espumosos, oían y bailaban con música de la Arrolladora Banda Limón.
Atraído por el ambiente festivo César Gilberto no dudó en meterse a la casa y compartir pláticas y risas con los asistentes.
Aunque nadie lo invitó, todos pensaban que alguien lo había hecho, y de esa confusión se valió el Cesarín para tomar cervezas de la hielera y echarse tres platos de comida.
Comía y platicaba, daba opiniones que no le pedían, aconsejaba a la señora, chuleaba a las muchachas, abrazaba al tío como si fuera su gran amigo y a los muchachos les aseguraba que él había enseñado a boxear al Siri Salido ... en fin, no tardó en converirse en el centro de la fiesta.
Pero su indecencia lo llevó a cometer un bajeza. Hizo un chiste de mal gusto sobre los bigotitos de una comadre que allí estaba y entonces todos empezaron a verlo con recelo...
-¿Y a ti quién te invitó? -preguntó el esposo de la bigotitos.
Cesarín contestó muy quitado de la pena:
-Soy amigo de la cumpleañera...
¡Ese fue su error! Creyó que la reunión era por un cumpleaños y no se dio cuenta que los presentes festejaban por adelantado el tricampeonato de los Yaquis.
Rápido llamaron a la policía y esta llegó representada por dos agentes. Al verlos el Cesarín señaló a uno de los invitados a la fiesta y le dijo a los policías: ¡El colado es ése!
Los policías ya estaban encima del inocente invitado cuando se dieron cuenta que el Cesarín emprendía la fuga a fuerza de carrera. ¡Es él!, gritaron todos y los gendarmes corrieron cual si fueran anagabrielos guevaras, dieron alcance al Cesarín y lo subieron a la patrulla.
En la barandilla, el Cesarín presumió:
¡De mejores fiestas me han corrido!
Mientras tanto, el juez calificador advertía a los agentes:
-Si se dedican a arrestar a todos los colados en fiestas de Cd. Obregón, tendremos que construir otra cárcel.