Henry Grigby llegó a Cajeme en 1909 acompañando a otros norteamericanos que originalmente tenían como destino Sinaloa, pero al ver el potencial agrícola del Valle del Yaqui decidieron quedarse aquí.
Como la mayoría de los inmigrantes extranjeros, se instaló con su familia en el interior del valle para dedicarse a la agricultura, objetivo de su estancia.
Los nuevos colonos del valle vivían la amenaza permanente de las incursiones armadas realizadas por los yaquis, dueños históricos de esos terrenos.
Los Grigsby vivieron en carne propia estos acontecimientos al ser quemada su casa por los yaquis.
Deborah narra así este episodio ocurrido en 1915:
“Los yaquis tomaron el camino de la guerra y quemaron nuestra casa. El único objeto que sobrevivió fue una silla de madera negra y respaldo recto en la que, se decía, se sentó el jefe de la gavilla para mirar el fuego. Mantuvimos esa silla en las instalaciones de la oficina.
La foto que aquí se presenta es la casa tal como la encontraron los Grisgby, quemada.
Después de este suceso, la familia regresó a California donde permaneció durante tres años. Deborah describe el regreso a Cajeme:
“En 1918, cuando yo tenía tres años, mi padre consideró que las condiciones eran seguras para volver al valle. Era el otoño de ese año. Teníamos tan sólo un mes de haber vuelto cuando los yaquis atacaron de nuevo. Su estrategia era atacar al atardecer, cuando la luz iba desapareciendo”.
El nuevo ataque, narra Deborah, sucedió cuando Charley Morgan y su familia llegaban a la casa de los Grigsby a recoger el correo. Los yaquis dispararon con rifles e hirieron a Morgan en un talón.
Cerca de allí estaba una trilladora donde un trabajador alemán se enfrentó a los yaquis y fue herido por un balazo en el estómago.
Un hijo de Morgan alertó a los Grigsby y éstos salieron a prestar ayuda. La familia Morgan fue llevada al terreno cercado y los hombres regresaron por el alemán herido quien ahuyentó a los atacantes asegurándoles que los vecinos estaban armados y protegidos por un grupo de soldados.