El 26 de noviembre se cumple un año más del asesinato de Maximilano R. López, “El Machi” que tanto querían los campesinos del Valle del Yaqui.
Sucedió en 1953, una noche cuando la neblina cubría la ciudad impidiendo ver más allá de unos cuantos metros. A pesar de ello, un hijo del “Machi” alcanzó a ver a los asesinos que se subían a una camioneta estacionada frente a su casa en la calle Coahuila, cerca de la esquina con Jesús García.
Los vio borrosamente mientras el cuerpo de su padre yacía en el suelo, junto a la puerta de entrada.
Minutos después así los vio el niño Adalberto Rosas López desde la ventana de su casa, en la calle Miguel Alemán, cuando los hombres bajaron de la camioneta.
Los vieron y los nombres de ellos encajaban perfectamente con los sospechosos que mencionaba la vox populi, aquellos que desde hacía varios meses sostenían una dura lucha en contra del “Machi” quien les había descubierto un fraude contra la organización ejidal a la él y ellos pertenecían.
Todos los señalaban, pero las autoridades sólo encontraron un chivo expiatorio a quien muchos descartaron por ser más bajo de estatura que el “Machi”, lo que le hubiera impedido disparar los tiros que entraron horizontalmente al rostro del líder.
Ante el encubrimiento de las autoridades, los campesinos contrataron al célebre investigador Valente Quintana, el detective mexicano cuya celebridad fue acrecentada por el cine mexicano hasta convertirlo en una figura épica.
Quintana vino, se hospedó en el hotel “Ceceña” de la calle 5 de Febrero, a unos pasos del Mercado Municipal; se paseó por las calles de la ciudad exhibiendo su fama, que avivaba en el trato personal con los curiosos que buscaban acercase a él.
Después de hacer como que investigaba y darse cuenta de los móviles del asesinato, de la presunta complicidad de las autoridades, y ante la insistencia de los campesinos que le habían pagado cien mil pesos por resolver el caso, Quintana decidió concluir su labor.
Tuvo una plática con el jefe de la policía local, el comandante Guirado.
Luego llamó al dirigente ejidal Bernabé Arana, compañero del “Machi” y uno de sus contratantes. Lo llevó ante el comandante y en unos minutos le hicieron ver que de continuar las investigaciones el mismo Arana y otros líderes podían resultar sospechosos y tal vez hasta culpables.
Arana conocía la perversidad de las autoridades y no dudó de la amenaza. Habló con sus compañeros que clamaban justicia y todos coincidieron que era imposible esperar una respuesta favorable.
Decidieron pagar el resto de los honorarios al detective Quintana y éste, con el dinero en la bolsa, se alejó para siempre de la provinciana Ciudad Obregón.
PIE DE FOTO
Los campesinos del Valle del Yaqui cargan el ataúd del “Machi” López.