En el período que va de 1950 a 1980 las tiendas de ropa y accesorios que se distinguían por la calidad de sus artículos, la elegancia y actualidad de las modas eran negocios como El Nuevo Mundo, Luders, Casa Lozano y Modas Alejandra.
Este último, ubicado en el 431 de la calle Sonora casi esquina con Zaragoza, era un negocio tal vez más modesto que los primeros, pero su especialización en líneas de ropa para mujer y ceremonias, así como la amplia gama de artículos para regalar en una boda o un cumpleaños, lo convirtieron en punto obligado de visita para las damas de clase media y alta, cuando éstas no tenían tiempo de ir a Tucson.
Fue Modas Alejandra un negocio de época, un referente común para quienes cultivaban el buen gusto en los atuendos que se llevan a los eventos especiales.
Y el atractivo no solo eran las mercancías sino de manera muy especial el trato fino de sus propietarios, doña Esperanza Gastélum y su esposo Manuel Gutiérrez Padilla a quien los amigos y familiares llamaban "El Cochinene". Una pareja conocida y respetada en el marco de una ciudad aún pequeña, donde la relación personal entre comerciantes y clientes era una práctica cotidiana, natural, que brotaba de la imagen social que cada uno portaba.
Hoy ese tipo de relaciones se ha perdido y los negocios comerciales se atienen más a la imagen pública que logran a base de publicidad para atraer a clientes anónimos que son atendidos por empleados también anónimos. No puede ser de otra manera en una ciudad que ha crecido e indiferenciado a sus habitantes.
Por eso los cajemenses de mayor edad extrañan aquella época en la que acudían a estos negocios familiares que se hicieron de prestigio gracias al don de genntes y al trabajo incansable de sus propietarios y empleadas. En el caso de Modas Alejandras eran hasta 15 empleadas de piso, lo que habla de una clientela numerosa y de buenos tiempos.
¿Quién que haya vivido esa época no se recuerda acompañando a la madre o a la novia, esposa o hermana que aucdían a Modas Alejandra para buscar el vestido que querían lucir en una fiesta, o el regalo para la boda del fin de semana?
Recuerdos de una época no tan lejana, recuerdos que han surgido en estos días a raiz de la muerte de doña Esperanza, ocurrida el pasado 7 de octubre en Tucson, y cuyas cenizas fueron honradas por familiares y amistades apenas este sábado 22.
Nacida en 1924 en Mocorito, Sinaloa, llegó desde muy pequeña junto a su familia, como muchos fuereños que en ese tiempo llegaban a la antigua Cajeme atraídos por la pujanza económica del Valle del Yaqui y del pequeño poblado que crecía como pocos a la sombra del general Álvaro Obregón.
Aquí creció Alejandra y aquí formó su propia familia en compañía de don Manuel. Hoy le sobreviven sus hijos Manuel, Carlos, Jorge Luis y Alfonso, además de muchos nietos y nietas que siguen expandiendo el árbol familiar con los valores que heredaron los abuelos.
Descanse en paz doña Esperanza.