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El apuñalado

Rogelio Arenas
Domingo 12 de Enero de 2014
 

Aquel 24 de diciembre de 1950 ya estaba todo preparado desde muy temprano para la velación de Nochebuena; se habían puesto de acuerdo las gentes del barrio para compartir, entre todos, los gastos que ocasionaría aquel festejo tradicional.

Empezaron a llevar que unos tamales de puerco; otros, el menudo y entre dos o tres familias unas cabezas tatemadas en una “maya” que ex profeso había ademado don Tomas, un viejo vecino nayarita que horneaba empanadas de calabaza en el callejón Tabasco junto a donde iba a ser la velación de esa noche.

Mi nina Nelita la dueña del chiname donde iba a ser la fiesta era una viejecita, con todos los años del mundo encima, aunque todavía no me explico por qué se conservaba tan bien, tenía la cabellera completamente blanca. Medía si acaso 1.40 mts. pero siempre andaba muy bien peinada y luciendo una dentadura perfecta en su cara de cutis blanco, terso y sin arrugas. Vestía siempre una blusa y falda larga, color medio luto (blanco con flores negras muy pequeñas) y calzaba chanclas de mezclilla en sus diminutos pies.

Era mi madrina, porque me había puesto un hábito del Santo Niño de Atocha, santo del cual era muy devota mi amá. Dicho hábito era por una manda que había prometido ella por unas fiebres que tuve en esos ayeres y yo debí cargar ese sayal como año y medio, pues eran costumbre que no se quitaran aquella prenda hasta que se hacía giras.

Mi nina era devota de todos los santos: que el Sagrado Corazón, que el Señor San José, la Purísima Concepción, la Virgen de Guadalupe, la del Perpetuo Socorro, la Santísima Trinidad y hasta las once mil vírgenes, y como vivía sola le dedicaba casi todo su tiempo a un altar que le ocupaba media casa, siempre muy arreglado con flores nuevas y, claro, las tradicionales cadenitas de papel china; ahí pues sería la velación de esa noche buena y desde luego la comelitona y los tragos de rigor.

Pardeando la tarde del 24 ya los vecinos vestían sus mejores galas, la Angelita del Pedro (el barriquero) Gómez “el santo viejo”, andaba tarareando las alabanzas que entonarían esa noche en el festejo, las muchachas del barrio, todas de estreno, la Gloria Cornetín, así le decíamos,Landaba estrenando un saquito “bonchi” de peluche que había comprado en las Novedades, la Nonoy Habas.

Olía que era un contento con un perfume tabú, la Angela su hermana andaba estrenando una blusa floreada con adornos de güipiur y pasamanería y cuello de olanes, las Mares: la Ramona y la “Casi”, también de estreno, y los galanes: el Chejuán Anduro, el indio Pancho, el chino Acosta, el Paco Calderón no se quedaban atrás, que zapatos de con Bonilla, fiados desde luego, que una yompa, que un Levi’s, muy de moda en ese entonces.

En fin, todos listos; incluso ya habían destapado un Habanero Palma abajo del mezquite que había en el baldío de junto a la casa del Chillón y la Bibis, hijos de Porfirio el toro barriquero del barrio. Hasta el “Beto bichi” andaba estrenando zapatos esa Nochebuena.

Había júbilo en el viejo barrio, aunque algún agorero de los que nunca faltan había pronosticado que esas cosas no terminaban bien, porque ya se había perdido mucho la devoción. Acuérdense decía, lo que pasó el día de la Virgen; en qué terminó la velación de con doña Socorro la mamá de Rogelio.

Se refería este agorero, el Goni, a una trifulca que había tramado Rodrigo mi hermano, y otros amigos contra el Arnoldo Gil, Cotono Valencia, el chapo Calderón y el “Matorro” Mariscal, que pasaron buscando guerra contra ellos en el bailecito que se había organizado entre los presentes en dicha velación.

La trifulca terminó con un saldo de tres heridos de los asistentes: don Regino, suegro de Rodrigo, con un pedradón en la frente, que le sacó la pitaya; el chapo Hurtado, con una herida donde mismo, y el tío Oscar con un resortazo en el lomo que le hizo un verdugón gigante en la espalda tan largo que parecía la muralla china.

Así, pues, auguraba el Goni cómo sería esa noche y todo por la falta de devoción principalmente de los muchachos. Decía, que “ya no respetan y hacen visión y media en donde quiera que van”.

En esos ayeres empezaron a llegar muchas personas de Sinaloa a las pizcas del algodón, que tuvieron su apogeo hasta 1955 cuando ese cultivo decayó debido a las pérdidas ocasionadas por las fuertes lluvias y plagas.

Eran en ese tiempo Cajeme y el Valle un “Cananea” para los fleteros; los compra chueco, los vendedores de comida, etcétera y también para el comercio del centro que hacía su agosto, pues había mucho trabajo y, claro, poder de compra; era de todo sabido que esta gente de Sinaloa traía siempre algún arma, principalmente navajas y, por supuesto, eran muy temidos. Con la plebe del barrio se juntaban dos o tres de fuera, entre ellos Basilio Gómez y sus hermanos el Chava y Juanito, quienes habían vivido por la calle Tlaxcala y se habían cambiado a la recién formada “colonia de los locos” (Hidalgo), además de Genaro Placencia “el Naro”, chofer en esos ayeres del negocio de don Baltasar López que estaba en las calles Nayarit y Xóchil, muy cerca de la impulsora de trabajos agrícolas del coronel Tupinamba (José García Carrasco).

Empezando la velación de esa noche buena a eso de las 9:30 de la noche cuando ya empezaban las primeras alabanzas y rezos se oyó la voz del Goni que dijo: “Ya lo ven, se los dije; apuñalaron al Naro en el billar. Al instante, todo el mundo empezó a lamentarse; se suspendieron los rezos, los tragos, todo, pues el Naro, a pesar de ser de los pleitistas del barrio, junto con el Bilo Pérez y el Tapatío, era de la palomilla.

Como es costumbre y se deforman las versiones, cuando llegó la noticia con don Salva, el dueño del abarrotes “El Paso del Yaqui”, el Naro ya estaba muerto, incluso decían que el Leoncio, su hermano, andaba armado buscando al Gaspar Contreras, porque le habían dicho que el había sido. Así entre comentarios y versiones diferentes, pasó como una hora y media cuando se oyó por ahí que alguien dijo, al ver pasar la perica “patrulla” y un carro de sitio atrás: “Ai lo llevan ya; yo creo que lo van a velar en su casa”.

Como es lógico, el altar de mi nina Nelita había quedado solo y algún chamaco oficioso había tumbado una vela, éste el altar empezó a arder y casi nadie se daba cuenta, el Goni decía: -Se los dije, se los dije.

En eso alguien grito: “Ahí viene el Naro, siempre no se murió”, éste, el Naro, que desde en la tarde andaba tomando cervezas con otros amigos a la par que se bajaba los pantalones y calzoncillos, dijo: “Sí, me apuñalo el Gaspar, pero como el pleito fue por un banco de la barra de la cantina le gané, me navajeó una nalga; miren” decía, a la par que enseñaba la herida.

Cuando agarraron a Gaspar, dijo que lo había hecho para que no pudiera sentarse en mucho tiempo.

Mi nina Nelita al poco tiempo se fue del barrio quién sabe a dónde pues desde aquella Nochebuena, ya sin su altar, no vivía en paz. Pero antes de irse le comentó a alguna de las vecinas haciendo eco de los augurios del Goni que ella ya presentía que algo malo iba a pasar, pues tres noches seguidas le había chillado una lechuza al lado de la cabecera de la cama y en uno de los días había cantado como gallo una gallina y eso en aquellos ayeres y, en mi barrio, principalmente, era de muy mal agüero.

Tomado del libro Cajeme de mis recuerdos, de Rogelio Arenas.

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