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Caminas por la calle No Reelección y te detienes en la esquina con la calle Chihuahua.
Es el pleno centro de la ciudad, una cuadra más adelante está el Mercado Municipal y frente a éste el negocio de Zaragoza S. A.
Estás en la década de los cincuenta, por eso no hay una gran cantidad de automóviles, sólo los necesarios para denotar la modernidad citadina y justificar el pavimento recién aplicado a estas calles que eran polvosas la mayor parte del años; lodosas y encharcadas en temporada de lluvias, las de verano y las equipatas de invierno.
Parado allí contemplas el edificio de Luders, la primera tienda departamental elegante, Allí compran su ropa los empleados bancarios, los agricultores en ascenso, aquéllos que aún no han decubierto las tiendas de Tucson, y en general la floreciente clase media, profesionistas, pequeños comerciantes, damas respetables, señoritas con clase.
Allí también, en la parte alta del edificio, está la sirena que suena todos los días, en las horas de entrada y salida laboral. Es el referente para los que viven en el centro de la ciudad, en los callejones o colonias cercanas hasta donde se alcance a escuchar la sirena de Luders. Suena ésta y empiezan a aparecer las señoritas con sus sombrillas que caminan de prisa al trabajo, los oficinistas y empleados del comercio. Van y vienen.
Frente a a Luders está la tienda de Salinas y Rocha, que no son pareja de novios y esposos sino los apellidos de una sociedad empresarial de Monterrey, aclaran los bien informados.
Camas, estufas, juegos de sala y consolas de radio-tocadiscos se ven en los escaparates de Salinas y Rocha. Aún no aparecen los aparatos de televisión, Admiral, Philco, Telefunken. Faltan seis o siete años para eso.
Allí sigues, es la década de los cincuetas y si no te mueves de allí un día de estos pasarán sobre ti las masas contreristas o te arrollarán las mascaritas de algún carnaval. Muévete y deja pasar a la gente, deja pasar al tiempo.
