Hace ya algunos lustros, porque contarlos en años serían demasiados, cuando alguna vez fui niño, por allá en los años treinta, empezaron a grabarse en mi mente las imágenes y el cariño que siempre he tenido por mi viejo y querido Valle del Yaqui. Y cómo no tenérselo, se de ahí provengo.
Años antes, ya mi padre Gabriel Arenas y sus hermanos, Manuel Oscar y Antonio, eran trabajadores del emporio agrícola que entonces era el Campo 4, propiedad de James “Jimmy” Ryan, a quien todos llamaban “el Rain”. Ahí en el Campo 4 empecé a extasiarme con el olor a hierbas del campo, con el insondable firmamento de aquellas oscuras noches cuando brillaban esplendorosamente las estrellas.
En esas noches conocí el “Caminito de Santiago” (la vía láctea), el Arado, el Carro, las Cabrillas, los ojitos de Santa Lucía y por supuesto, el Lucero de la mañana que refulgía en las madrugadas cuando acompañábamos a mi madre cuando preparaba el lonche de aquel labriego que era mi padre en aquellos dorados ayeres.
Ahí donde transcurría mi infancia correteando entre las parvas del arroz y templando mi carácter y mi mente campirana, ahí precisamente tuve el honor de conocer a todas aquellas persona que junto a mi padre prestaban sus servicios para aquel norteamericano que se firmaba como J. J. Ryan, quien con su hermano William Ryan habían llegado igual que otros extranjeros, años antes.
Cómo olvidar pues a aquellos labriegos que a pesar de no ser los dueños, quería a las generosas tierras y se esmeraban en hacerlas producir como si fueran propias. Cómo olvidar a Timoteo Rivas, a don Popo, a Chuy López, a los hermanos Velázquez (Jesús y Homobono), y al inolvidable “Nacho Viejo” Habas, abuelo de Bernardo Elenes Habas. Ya para 1937, a instancias de mi abuelo, emigrado rumbo a Bácum, pues él decía que con el próximo reparto agrario habría problemas que podrían generar enfrentamientos entre hermanos y no tenía razón de ser.
Ahí en el Campo 4, mis hermanos y quien esto escribe, éramos arrullados antes de dormir con cuentos como aquellos de los “facicos” (duendes, según supe después):
“Mano facico que está en (la quesera esconde la mano que (tienes de fuera”, o canciones como aquella de:
“Ya los enanos,
ya se enojaron,
porque en el baile
los pellizcaron”.
Cuentos y canciones como “el pica perica” que alegraban nuestros sueños infantiles o ponían el temor en nuestras mentes como aquellas leyendas de los sinos (destinos).
¿Cómo no robarle recuerdos al pasado si fue tan limpio y tan hermoso?
Al emigrar a Bácum, se fueron con mi padre sus hermanos Oscar y Antonio, no así mi tío Manuel, que se quedó con el “Rain”, junto con su esposa Savitas Vega y sus cuñados, entre ellos Lalo Vega, quien después fuera mayordomo de otro norteamericano Sidney Morrison, que se quedara con el Campo 4 hasta que pasó a ser propiedad del señor Esquer y en la actualidad propiedad de su yerno el “Coreano” Fernández.
Estos recuerdos salen a colocación porque hace unos días vinieron de visita a esta ciudad y también a recordar ¿por qué no? aquellos tiempos varios miembros de la familia del Jimmy y de William Ryan, acompañados de otros hijos de pioneros de este Valle, entre ellos la señora Barbara Hufacker, hija del primer distribuidor de autos y camiones (troques, como ella dice), en el Cajeme de los veinte.
Atrevido que soy, y pueblo al fin, al leer la información de un matutino local donde se leía que estas personas iban a donar fotografías de aquellos años, me acerqué a Palacio para ver si era posible ver estas visitantes tan ligadas a mis recuerdos y llevarme una foto de 1939 de aquellos trabajadores del 4, así como un ejemplar de mi pequeño libro “Cajeme de mis recuerdos” más un libro “Anuario de la agricultura” en inglés y edición de 1915, que tenía la firma del “Rain”.
Me colé a Cabildos, donde fui invitado fuera de programa para entregar aquello. Qué grata sorpresa para mí al darme a conocer. Valerie Ryan me preguntó que si vive Savitas, mi tía, la esposa de mi tío Manuel. Me preguntó por Lalo Vega, hermano de mi tía, y al ver aquella vieja fotografía rompió a llorar, pues conoció a la mayoría.
¿Te imaginas, lector, la alegría de este pobre ladrón de recuerdos al ver que la hija del patrón, del “Rain” tiene un recuerdo de aquellos trabajadores del viejo Valle? Y luego que me dice la directora de Comunicación Social del ayuntamiento que ellos tienen y van a entregar a cada uno de los visitantes un libro del “Cajeme de mis recuerdos” de aquella primera edición que me publicara la administración del licenciado Ayala Candelas, así como un ejemplar del “Cajeme de ayer”, de don Miguel Mexía Alvarado.
Entre dedicar libros y tomarme fotos con las visitantes, salí henchido de orgullo, aunque no fuera invitado oficial, y pese al sarcástico comentario de “alguien”, como dicen los de mi pueblo, “ya muy visto” que pudo haber sido, y afortunadamente no fue.
¡Gracias a Valerie Ryan, de todo corazón!