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Las fiestas patrias

Rogelio Arenas
Sábado 27 de Septiembre de 2014
 

Hace ya bastante tiempo que se nota que el culto al fervor patrio ha ido despareciendo; parece ser que estos valores ya no son tomados en cuenta ni por quienes deberían inculcarlos, en este caso los maestros, y mucho menos las juventudes estudiosas ha quienes no se les ha enseñado desde hace mucho aquel civismo tan necesario para estos menesteres.

Puede ser que los que dirigen la educación en México le indiquen a los maestros un patrón o programa educativo a seguir, y claro que éste mismo haga que las nuevas generaciones vayan olvidando poco a poco nuestra tan rica historia patria.

Porque es cierto ¿de qué le puede servir a un joven de hoy conocer los hechos heroicos de un Narciso Mendoza o de un Damián Carmona o, vaya, de aquel Pípila que incendiara la puerta de la Alhóndiga de Granaditas recién empezada la guerra de Independencia? Puede decir, y con justa razón, que eso no lo va a llevar a salir de su nivel socioeconómico, mientras que las clases que lleva para su carrera, aún con la generalizada falta de empleos, le va a producir aunque sea un poco más para ayudarse a sí mismo y a los suyos.

Aparte que si anteriormente se nos enseño exclusivamente al lado bueno de aquellos héroes, hoy la libertad y a veces el libertinaje de expresión han hecho que algunos, por no decir que todos aquellos grandes hombres sean conocidos como humanos que fueron, con todos sus errores y flaquezas. Para muestra basta leer en la prensa la presunta demanda que le quieren hacer al cineasta Alfonso Arau por la historia que está filmando del Claudillo del Sur, Emiliano Zapata. En fin, que los motivos son muchos y poco a poco vemos con tristeza que el fervor patrio que sentíamos en aquel viejo Cajeme se va terminando.

Pero recordemos un poco aquellos septiembres del viejo pueblo, desde los primeros días ya estaban pegados a los postes de la escasa luz que había los programas que nos anunciaban los festejos del 15 y 16 de septiembre, que la kermés, el palo encebado, juegos de argollas, carreras de caballos, cohetes y e famoso castillo de luces multicolores, sin faltar la ceremonia del grito con estruendos y vivas a nuestros héroes de la Independencia y, por supuesto, al final aquel ¡Viva México! coreado por todos con verdadero fervor.

Ya desde los primeros días la población lucía sus mejores galas, las fachadas de las casas adornadas con banderas de papel china tricolor, los carros con banderitas cruzadas en el espejo retrovisor y hasta las bicicletas, escasas por cierto, eran adornados sus rines alrededor con unas franjas tricolores de papel crepé, así mismo llevaban algún rehilete de “sololoy” (plástico) también en verde, blanco y rojo.

Desde el día trece al amanecer ya se escuchaban los truenos de las cámaras y allá en el límpido cielo se veían volar aquellos globos tricolores fabulosos de papel y elevados a base de fuego, que se perdían en el firmamento, unos rumbo al valle otros rumbo a la sierra, según la dirección del viento. Esos días hasta  en las cantinas se escuchaba y alegraban el oído las notas marciales de: Mariel, Zacatecas, Viva Gajiola, Tres piedras y otras tonadas más que eran el preludio de lo que tocarían las bandas en el desfile del día 16, Día de la Independencia.

Desde un mes antes se escuchaba el o los tambores de las escuelas locales que recibían escoleta (entrenamiento) para aprender, algunos del Mago Montes “Mil usos” de la vieja escuela Cajeme, pues era el del aseo, (jugaba béisbol con el equipo representativo y hasta llegó alguna vez a ser asesor de cultura física), y otros de aquel pintoresco personaje del viejo Cajeme el Gordo Langarica, las diferentes cuanto marciales disciplinas que teníamos que aprender para hacer del desfile del 16 de septiembre una casa bonita.

Como no existía obligación para el uniforme en las escuelas oficiales y lo que más se usaba entre la chusma o pueblo era la mezclilla, nuestros padres no pasaban las de Caín como ahora para uniformar a sus hijos para un remedo como lo que hoy son los desfiles.

Un listón blanco en los lados del pantalón de mezclilla más una camiseta blanca eran nuestros uniformes en la vieja escuela Cajeme; claro, con los “ricardos” del Colegio Guanajuato era otra cosa, como hoy se distingue el La Salle con sus uniformes de lujo. La escuela Cajeme por lo regular recibía algún premio o cuando menos alguna mención por su marcialidad y por los diferentes tipos de tablas gimnásticas que presentaban en el desfile.

Era bonito, a partir de 1942, ver la forma en que se desplazaban los conscriptos que habían recibido la instrucción militar correspondiente, entre otros, por el mayor Mateo Rivas y sus ayudantes de gratos recuerdos entre nosotros; hoy es de otra forma la instrucción de los jóvenes conscriptos, yo creo que los rifles ni de película los conocen.

En fin, los tiempos y las formas cambian, pero yo creo, lector amigo, que  a lo mejor y volviendo poco a aquellas viejas e inolvidables costumbres a lo mejor y tanto joven un poco descarriado le hacen falta aquellas disciplinas que lo harían olvidarse de tantas tentaciones que hoy tienen tan a la mano: drogas, alcohol, etc.

Auque todavía a estas alturas existen dentro de nuestra región partes como San José y su cabecera municipal Bácum, que conservan un poco aún de aquellas inolvidables estampas y costumbres del viejo pueblo. Un día, lector, échate una vuelta por ahí y podrás comprobar lo que aquí te relato.


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