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Domingo 24 de Nov de 2024
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Estamos bien, manden cien

Sergio Anaya
Sábado 22 de Abril de 2017
 

Los años universitarios en la Cd. de México (6)

Eran una tribu de jóvenes provincianos que buscaban afirmar su independencia ante los convencionalismos, deshacerse de los lazos sentimentales que los ataban a familia, amistades y toda clase de conocidos que habían quedado atrás, a más de mil kilómetros de distancia, pero el intento era en vano mientras seguían mamando del presupuesto familiar. Unos por comodidad; otros porque no tenían alternativa, solo esperar la llegada del giro postal con el dinero que permitiera pagar renta, camiones y comidas hasta la llegada del próximo giro. Cuando éste tardaba era necesario acudir a la solidaridad de los otros o propiciar una invitación a comer proveniente del amigo chilango o de la novia; visitar a viejos familiares aunque vivieran en una colonia lejana y como no queriendo quedarse con ellos el fin de semana. O de plano pasar unos días a dieta de plátanos, pan torcido (telera, joven?) y cocacolas familiares, puro energético.

En el departamento de la colonia Narvarte sus cuatro inquilinos manejaban con soltura la frase telegráfica "Estamos bien, manden cien", en espera de una respuesta financiera a la medida de las necesidades de cada quien porque no era lo mismo los gastos de un estudiante de medicina al de uno de leyes o administración; caros también resultaban los estudiantes de ingeniería, difícil de entender el sostenimiento de un aprendiz de músico o el de un alumno de filosofía y letras. Lo peor, según el sarcasmo y la risita que duele, era mantener a un estudiante de periodismo, una inversión inútil. Tal vez tenían razón.

Mantenidos e inependientes al mismo tiempo, una fórmula feliz para Alberto, Jorge el futuro veterinario y los dos hermanos Macana, aunque el menor pronto encontró trabajo y tuvo para mantenerse sin necesidad del apoyo familiar. Le alcanzaba incluso para visitar de vez en vez a otros paisanos que concurrían los fines de semana, dispuestos a demostrar de qué talla estaban hechos para pixtear largas horas de la noche y esperar la madrugada con aires de sobriedad, como si estuvieran muy curtidos y el alcohol no les afectara. La fiesta empezaba el sábado por la tarde, cuando subían a la azotea del edificio con sus bultos de ropa dispuestos a lavar acompañados de una radio grabadora y uno o dos litros de cerveza. 

Después de terminar bajaban al depa donde ya estaban esperando los contertulios del sábado para quedarse allí o ir juntos a otro departamento donde había reunión tribal. Uno de esos fines de semana la reunión fue en el depa de Narvarte hasta donde llegó Luis, estudiante de odontología, para compartir la noche y la madrugada. En la mañana, cuando los demás se fueron amodorrados en los efluvios del alcohol, él permaneció sentado en la salita, muy serio, como si tuviera algo para decir pero no se atrevía. Lo dijo cuando percibió la inquietud de los cuatro anfitirones, la frases cortadas y el silencio interrogante "¿Éste por qué no se fue?". 

Después de comentarios vagos sobre resultados deportivos y noticias del día se atrevió a sacar su petición. Les pidió ayuda para quedarse con ellos unos días, sólo unos días, mientras encuentro un nuevo departamento porque me pelié con aquellos pendejos y me voy a salir de su depa. Motivos: los constantes roces por cada detalle, son sucios, no lavan los platos que usan, si él no limpia nadie lo hace, aquél es güevón, se traga mi comida, el otro es pesado, sin motivo tira bronca, mi compañero de cuarto es pedorro, más cuando está dormido, y tiene la costumbre de escuchar la radio a alto volumen y yo queriendo descansar. No los aguanto, no se puede estudiar en ese ambiente, mucho desmadre. Denme chanza de quedarme unos días mientras hallo un cuarto para rentar en una azotea o en otro departamento.

El les pedía ayuda y ellos no podían negársela. Bueno, quédate aquí mientras pero vas a tener que dormir en el sillón porque no hay espacio para otra cama. Fueron solidarios con él aunque no entendían cómo había roto con los otros, si eran tan amigos en la prepa, siempre juntos, parecían hermanos, nadie hubiera pensado en ese pleito apenas dos años antes cuando planearon juntos venirse a la Cd. de México y rentar juntos un depa. Pero allí estaba Luis, resoplando sus maldiciones contra los ahora examigos, y por la tristeza en su rostro era difícil rechazar la solicitud de asilo. Muestras de solidaridad como ésta fortalecían el carácter de quienes la brindaban y de quienes la recibían, perparándolos para un vida adulta más prometedora, sin recelos ni amarguras de quienes se encierran en sus mundos personales.

Además no resultaba difícil creer la versión de Luis pues muchas veces se reprodujo esa situación vital, donde los amigos de antes, cuando cada quien vivía con sus familias, empezaban a distanciarse y a entrar en conflicto apenas probaban la experiencia de vivir juntos, de compartir techo y paredes, excusado y mesa. Tarde o temprano la amistad se esfumaba y sólo quedaba la ruptura justificada en la causal de los divorcios: por incompatibilidad de caracteres. 

Nada extraordinario hubo en esos rompimientos, salvo en dos casos hasta hoy recordados en reuniones decembrinas. El del casi arquitecto que rompió con su compañero de cuarto al sorprenderlo pegado a su novio, el del arquitecto por supuesto. De inmediato puso al amigo desleal de puntitas en la calle. Al novio no lo corrió porque tenía los ojos azules, además era inocente. Así se cuenta hoy la anécdota, nadie estuvo allí pero todos respaldan su veracidad. 

Otro rompimiento memorable fue el de Carmen la flaca y su amiga casi hermana Inés la buenona. Uña y mugre en la prepa, en el D.F. rentaron departamento junto con otras dos amigas de la misma generación; Carmen e Inés compartían recámara, se contaban secretos acerca de los muchachos que les gustaban, congeniaban en casi todo aunque la flaca era limpia y ordenada al grado de la neurosis mientras la buenona era relajada e importamadrista. Al paso de los meses una grieta se abrió y empezó a crecer en esa amistad pues el sentido del orden en la primera era alterado con el desparpajo de la segunda quien se daba el lujo de recibir al novio en el departamento y aunque no pasaban de la sala, llenaban de humo el espacio, dejaban botellas tiradas en el suelo y los casettes a cuyo ritmo bailaban mientras el humo, la música y las risas se colaban a la recámara donde Carmen intentaba relajarse abrazada a la almohada sin conseguirlo. Para colmo, la amiga empezó a usar el maquillaje y los accesorios femeninos de Carmen sin pedirle permiso, más aun cuando iba a salir con el novio. Lápiz labial, sombra de pestañas, crema facial, aretes y perfume de Carmen resaltaban la belleza de Inés.

La molestia de la primera empezó a transformarse en encono, un sentimiento reprimido que estalló un día al descubrir su brassiere nuevo, sin estrenar, bajo la blusa de la amiga. Indignada, con el rostro enrojecido por patética ira, aulló. Hija de tu chingada madre, quítate ese brassiere, me lo trajo mi amá de Tucson, lo vas a apestar a sudor y aguangar con tus chichis, pendeja. La histérica reacción sorprendió a la otra, la consideró exagerada y suficiente para irse en busca de otro lugar donde vivir. Pronto lo halló en un departamento que alquilaron ella y su novio. Desde entonces sólo fue un recuerdo la entrañable amistad de Carmen la flaca e Inés la buenona, aquéllas que en la prepa andaban juntas en todas partes.

No era raro pues que Luis terminara enemistado con sus viejos amigos y ahora había que hacerle un lugar en el pequeño departamento donde Alberto, por su formalidad y carácter sereno, ya era una especie de padre y líder comunitario. Él decidió aceptarlo y el futuro veterinario y los hermanos Macana no pusieron objeción alguno. Poco a poco la timidez del recién llegado se tornó en franca y natural camaradería con los otros, fue uno más, compartía el giro mensual con los gastos comunes, incluyendo su aportación al pago de la renta, y durante los días de penuria, cuando se acababa el dinero, era el primero en lanzar un S.O.S. hasta Sonora: "Estamos hambrientos, manden quinientos".

 

 

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