Consumado aquel tan polémico y refutado reaparto agrario de octubre de 1937 en aquel gran emporio agrícola que era el Valle del Yaqui, empiezan a saltar a la palestra diferentes formas y cosas que poco a poco socavan de una u otra forma la escasa mentalidad de los peones que por vez primera tenían algo: un patrimonio que en poco tiempo sería mal baratado.
Es cierto. A partir de las primeras liquidaciones se empieza a ver que los nuevos ejidatarios-agricultores al no tener asesoría y mucho menos preparación académica (hay que recordad que en aquellos años muy pocos habían terminado una primaria elemental, que era de cuatro años) eran presa fácil de cualquier vivales que aunque fuera autoridad, como lo fueron la mayoría de los líderes que se arrimaron como moscas al pastel, que así podía llamarse aquel gran reparto de tierras y, por supuesto, de dinero.
Los campesinos resultaron presa fácil de estos “mártires” que se sacrificaron por sus –como ellos decían- “hermanos”.
Nacen pulpos como el Banjidal, conocido también como “Bandidal”, a cuya sombra sus empleados: aquellos “inspectores” agrícolas cómplices y a la vez consejeros de los incipientes y noveles ejidatario, todavía colectivos que debían ser el Ejido.
Al mismo tiempo, empiezan a pasar a la “historia” los Bobadilla, García, Arana, Saldívar, López y demás “líderes” que, picando piedra, llevan al ignorante huarachudo que de la noche a la mañana miraba pasar por sus manos un dinero que nunca había soñado y que al tenerlo no era capaz de saber qué hacer con él.
Cuántos billetes quedaron con la “Lalo”, en el Salón Rojo; con la María Luisa, en la vieja zona de tolerancia de las calles Obregón, Zaperoa y Madero; cuánto ganaron aquellos taxistas como el Chueco Madrigal, el Jindo, el Mocho Diego Castro, el Tierno, etc. Cuánto ganaron los dueños del “Gato Negro”, de la “Carioca”, del salón Victoria; cantinas que supieron del auge de aquellos ayeres en el Valle y Cajeme, su cabecera. Todo, pues, se conjuntaba para que aquellos “ignorantes”, como los conocían algunos agricultores, volvieran a ser lo que fueron: peones, pero ahora con su propia parcela.
No pasó mucho tiempo para; tanto influyeron los famosos y de no grata memoria para muchos líderes que lograron enfrentar a los campesinos entre sí en aquella famosa división entre colectivos e individuales, que así se llamó al enfrentamiento entre hermanos, que tuvo lugar en el Campo 77, en 1948 en donde, desgraciadamente, fallecieron Tolano, Estrella y Zazueta, ejidatarios, que si les fuera dado volver a vivir, creo que jamás escucharían a quienes de una forma u otra los azuzaron y señalarían con índice de fuego la verdad y a los culpables.
A la par que en el Valle crece el coyotaje: compradores de chueco –muy famosos entonces-, comisariados ejidales corruptos, presidente de consejos de vigilancia por el estilo, más los “tinajeros” y compañía en el “Bandidal”.
La ciudad de Cajeme todavía así mentada aunque fuera Ciudad Obregón dede 1928, en esta década de los cuarenta seguía su crecimiento a ritmo acelerado, con más problema para sus moradores.
Al decir de algunos, en esta década les toca a algunos alemanes y japoneses el hostigamiento natural, ¿o premeditado? Y se repite en cierta forma lo que sucedió a los chinos en los años treinta.
A raíz del hundimiento de los buques petroleros mexicanos “Potrero del llano” y el “Faja de oro”, nuestro país le declara la guerra a los países del Eje (Alemania, Italia y Japón), en esos momentos enfrascados en la Segunda Guerra Mundial.
Así fueron concentrados en Guadalajara muchos extranjeros japoneses y alemanes.
Se rumoró mucho entonces y, como siempre, se habló de que los famosos hundimientos de los petroleros mexicanos (al menos dos de ellos italianos confiscados y puestos bajo bandera mexicana), fueron obra de submarinos estadounidenses y no de alemanes.
De todas maneras, México participó mínimamente en ese conflagración, aunque… dejo a tu albedrío, lector, si has hurgado en la historia, tu opinión.
Aquí, en esa década, estremece a la ciudad la muerte de dos vecinos conocidos: Manuel Vélez y Salvador Márquez, por coincidencia ambos pleitos de cantina. Eran conocidos como hombres medio bragados, así mismo ocurrió el primer asalto bancario que se tenga memoria, perpetrado por “el Dijuntintio” Muñoz al Banmco Agrícola Sonorense.