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El cine, siempre el cine

Sergio Anaya
Sábado 25 de Agosto de 2018
 

Con motivo de la llegada del cine a México (17de agosto de 1896) mi amigo Adolfo González Riande publicó en Infocajeme una cronología de sus experiencias como cinéfilo. Su relato evoca las experiencias íntimas y vitales que compartimos los amantes de este arte maravilloso atado hoy a la industria del espectáculo.

Hay en cada uno de nosotros, como en el caso de Adolfo, un "Cinema Paradiso" particular con personajes, películas y momentos inolvidables inscritos en nuestra memoria de donde quieren escaparse para ser compartidos y disfrutados con nuestros semejantes. Ahora yo los dejo salir en esta breve Retrospectiva de mi biografía como espectador.

La narración inicia necesariamente con la primera película que vimos. En mi caso, "La Caperucita Roja", yo tenía cuatro años y acompañado de mi familia nos sentamos en las butacas con una cobija que nos cubría a mis hermanas y a mí. Era invierno y la sala no tenía techo, un cine al aire libre en Guaymas.

De los personajes de esa historia -La Caperucita, su abuela, un zorrillo y el Lobo Feroz- éste último era el más sobresaliente quizá porque estaba interpretado por Manuel "Loco" Valdés y nos hizo creer tanto en su maldad que aplaudimos cuando fue detenido a punto de comerse a la niña. Esa fue mi primer película. Por cierto, al "Loco" Valdéz lo conocí muchos años después, una noche en la Zona Rosa de la Cd. de México. Él vestía con la elegancia setentera, saco de solapa ancha y pantalón acampanado, muy serio y caballeroso abrió la puerta de su Mustang a una deslumbrante rubia. Apenas verlo y recordé en la película, apaleado por los leñadores del bosque; ahora todo indicaba que esa noche el Lobo sí se iba a comer a la Caperucita rubia. Don Manuel no estaba tan loco como suponían sus admiradores.

En mi infancia hubo otra película que quedó grabada en la memoria. La vi acompañado de mi padre quien me llevó de la mano a conocer el nuevo cine Terraza de Guaymas. A él le gustaban las historias de la Segunda Guerra Mundial y juntos disfrutamos "El puente sobre el río Kwai". El tema musical una marcha militar interpretada con silbidos, lo he vuelto a escuchar y ver varias veces en Youtube. Desde entonces la música de algunas películas es parte de mis mejores experiencias como cinéfilo. Hoy coloco a Nino Rota y Ennio Morricone como los dos supremos genios del soundtrack.

Luego vinieron las películas de vaqueros, el Látigo Negro, junto al imprescindible Santo El Enmascarado de Plata. Mucho se ha escrito sobre él y sólo me queda decir que también fue mi primer gran héroe, nunca tan santo como en aquellas escenas donde no sucumbió a los encantos de deliciosas mujeres vampiro.

Luego vino el cine de ídolos juveniles, con cantantes de moda como Angélica María, Rocío Dúrcal, Enrique Guzmán, César Costa, Manolo Muñoz y Alberto Vázquez. Y para los no tan jóvenes, las películas con Javier Solís, José Alfredo Jiménez, Lola Beltrán...

En esa etapa de la infancia mi experiencia del cinéfilo quedó marcada para siempre con un hábito hasta hoy intacto: Cada función debe ir acompañada de una bolsa de palomitas y un refresco con hielo. Si no es así, la diversión no está completa.

La cinefilia se forjó en lugares como el precario Cinelandia de la calle Veracruz, el California y el Mexicano (Nuevo León y Allende). También el Máximo, de Plano Oriente y donde los plebes solían brincar la barda para entrar gratis.

En la colonia Hidalgo el punto de reunión era el Pitic, su gran pantalla alcanzaba a verse parcialmente desde el exterior. Había un buen padre de familia que cada semana llevaba a sus hijos al Pitic; los llevaba en un camión de carga que estacionaba junto al cine. Allí subía a los chamacos en el techo de la cabina del torton y bien asegurados para no caerse disfrutaban las películas desde la calle, saboreando la limonada y los tacos de tortillas de harina que mamá había preparado en casa.

Así, en bancas de madera o en rústicas butacas, en el interior o encaramados en una barda, nos sumergíamos en la magia del cine a soñar despiertos e involucrarnos con los seres que poblaban la pantalla.

Llueven las imágenes de domingos veraniegos refugiados en el aire acondicionado del cine "Cajeme", y de allí a saborear las empanadas de la panadería "Dulcinea". 

De los muchos episodios que integran la biografía del espectador, destaca sin duda el de las primeras películas eróticas, el cine sólo para adultos, clasificación C. El cura ordenaba alejarse de esas tentaciones y sus advertencias sólo nos impulsaban con mayor curiosidad a entrar en el terreno de lo prohibido. No recuerdo cuál fue la primera que me despertó el morbo porque los inofensivos besos de Rosa María Vázquez y Julissa ya tenían la capacidad de alterar nuestros sentidos, aunque no tanto como las escenas de Isela Vega en "La viuda negra" que vimos una tarde de preparatoria en el Cinema Obregón 70, cuando la efervescencia hormonal ya dominaba nuestras emociones.

En los años universitarios la cinefilia se consolidó cuando las voces autorizadas de maestros como Emilio García Riera (el gran historiador del cine mexicano), Gustavo García, Jorge Ayala Blanco y otros nos contagiaron con su amor por el llamado "séptimo arte".

Guiados por ellos descubrimos la grandeza de Buñuel, Bergman, los neorrealistas italianos, Godard, Coppola, Bertolucci, Polanski, Scola, Scorsese, Kubrick, Kurosawa, Woody Allen... El cine de autor alimentó una pasión que hoy tiene escasas compensaciones en la industria dominada por el apetito comercial de las superproducciones donde el ícono supremo es Spielberg. Desde "La Guerra de las Galaxias", que no es la gran cinta que muchos elogian, nuestro amado arte se convirtió en un espectáculo donde lo importante es la pertenencia, ser uno más de los que ha visto tal o cual superproducción. Si no la has visto, no tienes nada que hacer en una plática de amigos.

El estilo narrativo de hoy, con sus secuencias vertiginosas de encuadres efímeros, violencia y sexo a montones, ofrece poco a un espectador formado en el cine de otras épocas.

Un espacio periodístico como éste no alcanza para describir las múltiples experiencias de un cinéfilo promedio, por eso concluyo con algo más práctico para redondear esta crónica la cita de mis diez películas favoritas, un ejercicio que me gusta compartir con mis amigos cinéfilos y ahora lo hago con usted, lector, esperando que también haga un recuento personal.

Yo cito mis diez favoritas del cine internacional y mis diez del cine mexicano, creo que éste es indispensable. El orden obedece a mis recuerdos inmediatos, no necesariamente a que una sea mejor que otra, sólo son, repito, mis diez favoritas.

 

Cine internacional

1. Amarcord (Fellini, 1973)

2. Perros de paja (Peckinpah, 1971)

3. Nos amábamos tanto (Scola, 1974)

4. El último tango en París (Bertolucci, 1973)

5. Apocalypse now (Coppola, 1979)

6. Sin aliento (Godard, 1960)

7. Érase una vez en América (Leone, 1984)

8. Vaquero de  medianoche (Schlesinger, 1969)

9. El francotirador (Cimino, 1978)

10. Smoke (Auster y Wang, 1995)

 

Películas mexicanas

1. El rey del barrio (Martínez Solares, 1950)

2. Distinto amanecer (Bracho, 1943)

3. Los olvidados (Buñuel, 1950)

4. Salón México (Fernández, 1949)

5. Vámonos con Pancho Villa (De Fuentes, 1936)

6. El esqueleto de la señora Morales (González, 1959)

7. Los caifanes (Ibañez, 1967)

8. Cadena perpetua (Ripstein, 1979)

9. Llámenme Mike (Gurrola, 1979)

10. Canoa (Casalz, 1975)

 

¿Mis actores favoritos? Marlon Brando, Robert De Niro, H. Bogart, Tin Tan, Melina Mercouri, Sofía Loren, Katharine Hepburn, Dustin Hoffman, Michelle Pfeiffer, J. P. Belmondo, Marilyn Monroe (sí, no se espanten), Ofelia Medina, Andrés y Domingo Soler...

En fin tantos nombres y vivencias que sólo podemos sintetizar con la frase que escribió Adolfo G. R.:

¡Gracias, cine! 

 

 

 

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