• Banner
  • Banner
Domingo 20 de Abr de 2025
El tiempo - Tutiempo.net

Aquella noche del 17 de julio 1955, cuando nació el ITSON

Carlos MONCADA OCHOA
Domingo 14 de Julio de 2019
 

El acta constitutiva del Instituto de Estudios Superiores Justo Sierra, abuelo del ITSON –el hijo fue el Instituto Tecnológico del Noroeste—está fechada el 11 de julio de 1955, mientras que yo relato en mi libro “Sonora bronco y culto” (2ª. edición, pp. 71 y 72), que la sesión del Club de Leones en que se tomó la decisión de crearlo fue el 17. 

Esto plantea un conflicto de fechas. En la sesión celebrada en el desaparecido Club Campestre no se levantó el acta constitutiva, pues se empleó bastante tiempo en discutir el asunto, y con la aprobación final, el documento pudo elaborarse en sus detalles sin apuros. Pero no explica esto que lo hubieran fechado con seis días de anticipación al 17.

No tengo a la mano los diarios locales de la época, que consulté antes de escribir mi libro que cito, para corroborar o enmendar la fecha. Ejemplares del Diario del Yaqui y el vespertino Ultima Hora! se encuentran en la Hemeroteca de la Universidad de Sonora, pero ésta se halla cerrada por vacaciones. Veré si hay tiempo de desvanecer la duda antes de que se imprima esta obra.

Por otra parte, no crean, lectores, que la prensa se desbordó en la sesión de los Leones para reportear la noticia. El único reportero que estuvo ahí, fui yo. No recuerdo cuál de los socios me presentó como su invitado y pude asistir a las deliberaciones. 

Hacía una noche fresca. Los Leones ocuparon sillas de madera maciza, de las que se utilizaban en los bailes, acomodadas en herradura, cubiertas con manteles blancos, en uno de los ángulos del enorme salón. No había aire acondicionado ni era necesario porque todas las ventanas estaban abiertas. 

De los socios que conocía mejor estaban, desde luego, Moisés Vázquez Gudiño, que sería el héroe de la noche –y de toda una época--, el ingeniero Edmundo Sterling, de quien yo era vecino por la calle; pocos años después él y su esposa Eleonore fueron padrinos de  mi hija Eva Lourdes.

Si bien todos me llevaban al menos diez años de edad, conocía al simpático Manuel Álvarez, a don Manuel Lira, porque lo veía jugar basquetbol como un maestro en la cancha de la plaza 18 de Marzo, frente a la casa de mis padres; a Silviano Rodríguez, creador y gerente de la próspera firma “El Nuevo Mundo”; a don Rafael González, cuya voz debe haber alcanzado la tesitura de barítono; sus hijos Héctor y Gastón eran mis amigos.

Los médicos presentes eran el doctor Gustavo Ayala Leyva y, el doctor Rolando Lara González. A los dos los traté mucho por razones periodísticas; el primero era jefe de la Unidad Sanitaria Municipal;  el segundo, como director del Hospital Municipal (donde ahora se encuentra la estatua de Los Pioneros), me permitió ver la aplicación de un resucitador en el corazón de un perro. Anestesiaron y le metieron el bisturí ante mis ojos al can, y descubrieron el corazón palpitante, que detuvieron con un hilo en la arteria principal, y luego lo reactivaron con el aparato. Fue aquello muy emocionante para mí, por lo novedoso, y porque me pusieron gorro y mascarilla, igual que los médicos y ayudantes. En la sesión estos médicos se condujeron de acuerdo con sus personalidades, que contrastaban: Ayala Leyva, un tanto gordito, sopesaba con cuidado sus opiniones, mientras que Lara González, alto y esbelto, era ocurrente e hiperactivo.

También por razones periodísticas traté, aunque con menos frecuencia, al ingeniero Ildefonso de la Peña y a Alfonso “Cananea” de Alba, que prestaron sus servicios al gobierno local.

Entre los Leones parcos en intervenciones estuvieron Alfonso Cañizares, que de por sí era de pocas palabras, y don Arturo Martínez. Fue vecino de mi casa paterna, por la Veracruz, y sus hijos fueron mis amigos, sobre todo Artemisa, niña aún, que con el tiempo se convirtió en excelente pianista.

En el grupo de los abogados, que enfocaban el tema desde el punto de vista legal y no le encontraban peros, estaban Pedro L. Navarro (creo que aún vivía su padre, pero me refiero al hijo)  y Enrique Fox Romero. Éste era muy joven, tal vez el más joven del club. Estaba soltero aún. Imposible que imaginara entonces que el destino le permitiría firmar, como secretario de gobierno en funciones de gobernador interino, la Ley que dio personalidad jurídica al Instituto.

Otros caballeros presentes pero con quienes no crucé palabra, eran Constantino Artée, Manuel Golarte (padre de Germán Golarte, gran deportista; Sergio, actor de teatro y la hermosa Normita); Carlos F. Torres, gerente de la unión agrícola en la que mi hermana Poly, en su juventud, prestó servicios secretariales; Ignacio Terrazas (se veía juntos a padre e hijo en actividades sociales), Germán Pablos, a quien traté posteriormente como fuente informativa en reportajes agrícolas; Manuel Gómez Llanos, que me parece era gerente de una embotelladora (denme un coscorrón si me equivoco), el ingeniero Federico Feuchter; Everardo Ibarra Uruchurtu, conectado con negocios de gas; su hija fue mi alumna cuando me atreví a incursionar en la docencia. 

Según el acta constitutiva, deben haber estado ahí, aunque físicamente no los recuerdo, Alfredo Ramos Alarcón, Adalberto Silva Orozco, Ramiro Sotomayor, Ricardo Clark y Roberto Orozco. Si éste era el banquero e historiador, que vivió en Navojoa, lamento no haberme presentado con él, aunque no sé de qué podría haberle platicado. Mi afición a la historia brotó muchos años después.

Y bien, creo necesario puntualizar que aunque algunos Leones querían echar a andar de inmediato –de hecho, dos meses más tarde—el Instituto, y los demás eran partidarios de esperar, ninguno se oponía a la idea; sólo diferían en cuándo fundar la institución. Además, los argumentos de ese segundo grupo eran sólidos. Las lluvias torrenciales habían causado pérdidas en el campo; las inquietudes políticas estaban vivas por las recientes elecciones para gobernador y presidentes municipales; los programas de estudios y la contratación de profesores requería tiempo y cuidado.

Los “razonables” ganaban terreno. Pero de pronto se puso de pie Moisés Vázquez Gudiño, de lentes, pasadito de peso, con expresión de cierta timidez que aquella noche desapareció, y disparó a los indecisos un discurso apasionado sobre la urgencia de contar con una preparatoria que evitara la separación de los jóvenes de sus hogares pues tenían que irse a estudiar a Hermosillo, Guadalajara o México.  El discurso  era, además, un reproche contra los audaces hombres de negocios y conquistadores del campo que se habían vuelto cautos, quizá temerosos, de entrarle a una empresa cultural en la que no se sentían seguros.

La voz de Vázquez Gudiño silbaba como latigazos sobre la concurrencia que guardaba silencio, impresionada por aquel hombre dolido ante la falta de valor y el exceso de cautela de los oyentes. No contaban con local para el Instituto, no había dinero, no tenían maestros. ¡Y qué! Solicitarían el edificio de la Escuela José Rafael Campoy que acababan de desocupar, juntarían fondos con un gran sorteo, ellos mismos, los socios Leones, eran profesionistas aptos para impartir clases. ¡Podemos hacerlo! 

No pronunciaba la última palabra cuando estalló la ovación entusiasta, el aplauso unánime, sonoro. Se levantaron todos a apretar sus manos, a abrazarlo, sin plantear ya la votación final porque estaba claro que el proyecto había sido aprobado por unanimidad. Todo el mundo reía, lanzaba ideas, recordaba sus dificultades de estudiante. y claro, los simbólicos rugidos leonísticos --tres largos y tres cortos por ser ésta una ocasión especial ¡Qué bella locura!

Atesoro el privilegio de haber estado presente aquella noche de hace 60 años, envuelto en la emoción general, conmovido también por los argumentos apasionados de un hombre que no sabía retroceder. De un hombre que vive aún en el ITSON. Que vivirá siempre.

 

Política de Privacidad    Copyright © 2006-2025 InfoCajeme.com. Todos los Derechos Reservados.