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A principios de los años sesentas (1960s), después de las revueltas sociales que trajo el movimiento contrerista y que culminaron con represión para unos y jugosas negociaciones para otros, fue suspendida la celebración del Carnaval en Cd. Obregón.
Pretextos había y el más recurrente era la depravación moral que los censores veían en la "fiesta de la carne", el descaro de los mascaritas que salían a la calle para acechar a señores impolutos, las borracheras interminables y todo lo que no iba de acuerdo con los principios de la vida decente.
Noches de carnaval, recordaban los viejos, noches interminables del "Minerva" al "Bacatete", donde pululaban mascaritas y mujeres de buen ver y mejor tocar, éstas siempre afuera porque en los bares estaba prohibido el acceso a las damas. Más de uno perdió en una noche de ésas la imagen de honorabilidad que guardaba celosamente durante todo el año. Así era el Carnaval.
También era una fiesta sana, con sus reinas, princesas, el Rey Momo y la quema del malhumor identificado con un personaje popular, generalmente un funcionario público aborrecible.
El desfile de carros alegóricos congregaba a todas las familias y la competencia por presentar el más vistoso, el mejor decorado, la belleza de la reina y las princesas cuyas madres estaban convencidas de que sus hijas habían sido víctimas de un fraude por parte del jurado que las relegó, tal vez por no tener tanto dinero como la familia de la reina o por no ser tan coquetas.
Así fue desde los primeros años del pueblo Cajeme convertido en Ciudad Obregón hasta que una ola de iracunda decencia ahogó a los carnvales, que desde entonces fueron un recuerdo fogoso y al paso de los años se han ido extinguiendo en la memoria de los más viejos.
