1964. En el año al que acude este relato, la rockola de la nevería Arcoiris en la plaza 18 de Marzo nos puso nocaut. Omnibuló encéfalos y derredores con Enrique Guzman, Los Teen Tops, el suetersudo César Costa y los dúos vocales de los Hermanos Carrión con su magia pálida. El mundo oscilaba entre la Campoy y el cerco de alambre de púas del Campestre.
No haría dos años, en el silencio nocturno de los calores de agosto flotaban en el patio de nuestra casa junto a Los Baños Julieta, la Gema de Los Dandys, y la Patricia de Pérez Prado que Fellini llevaría a la pantalla como el tema de La Dolce Vita.
Pero ese año del sesenta y cuatro, !ONE, TWO, THREE,F!... Y la Arco Iris explotó como una bomba en aquella Jukebox donde los veintes de cobre insertados en ella se transformaban en música.
Alguien, había colocado una tortilla de vinilo más en la enorme rosquilla giratoria de discos de cuarenta y cinco revoluciones por minuto dentro de la gran vitrina de magia iluminada.
Habían llegado los Birus y todo, o casi todo, iba a cambiar para la juventud, incluyendo la nuestra, chamacos de una ciudad que no hacía mucho habían recibido su primer cuadro asfaltado.