Sara nos traía todo de Nogales, Arizona; algo así como como la Xian, China, pero no en la Ruta de la Seda sino en la de nuestras mujeres fenicias, las fayuqueras.
Entonces la fayuca era un free lance posible para estas viajantes madonas, algunas, cabezas de familia acéfala de padre, y otras tantas solo mujeres de esfuerzo constante, todas nacidas con ese don extraordinario con el que parece venir dotado de fábrica el ex sexo débil.
En el barrio reinaba doña Sara, o más coloquial y en confianza: La Sara, la mamá del "Chomami".
Esta modesta señora de piel acanelada y una belleza esbelta, es la única fayuquera trade mark en el callejón Cuba que topa con la Plazuela en la esquina del eterno Hotel Jardin, señora a quien recuerdo con nostalgia y afecto.
En nuestra adolescencia flaca y secundariana un Livais original rondaba como cuchillo de palo en las costillas de la cancerbera de nuestra economía familiar en el 339 sur, la casa del callejón, donde como el programa televisivo de Cristina Pacheco... "Ahí nos toco vivir".
Un día tras el clásico baño de las cinco de la tarde me puse aquel pantalón vaquero que por 2.99 dólares compró para mí doña Sara en su ida a la frontera, y salí al callejón con mi primer Livais recién estrenado sin lavar y medio patizambo por la rigidez típica de la mezclilla americana de esos días; muy orgulloso miré hacia la plazuela solo para escuchar el grito carrilla del chamaco Homero volando desde el balcón de su edificio: "Pareces el Charrito Pemex".
Con el tiempo a favor eché el bigotillo ralo de la edad y me fui al Cine Cajeme para ver "Los amantes deben aprender", pero jamás tuve otro vaquero made in usa hasta no tener mi primera "mica" con la forma trece que don Chuy y Maguina me ayudaron a sacar en el viejo Nogales del kilómetro veintiuno, garita donde una noche de invierno el Plymouth de don Chuy fue esculcado por los aduanales hasta obtener la típica mordida.
Aquel primer viaje congelante al Nogales con el Kress, La Ville de París y Woolworth esparcidos por la Morley, quedó estampado para siempre no solo en mi memoria sino a lo largo de otras idas a la frontera. Nogales, Arizona fue, quizás en esos años, el primer gran puerto de importación de nuestra reseca tierra de pitahayas y de coyotas.