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Miércoles 16 de Abr de 2025
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1966. En vigilia

Armando Terán Ross
Lunes 13 de Septiembre de 2021
 

A los diecinueve, los de mi camada y a muchos más  les moverá el tapete  el nombre de esta escuela: "Academia Lourdes", la de Galeana y Chihuahua, donde el prestigio académico competía con la  belleza de sus alumnas que allí formaban   como Secretarias Ejecutivas, capacitadas para suplir inclusive al jefe en caso de emergencia, aquellas que sabían hablar inglés, que podían tomar dictados con taquigrafía y escribir una carta con una mecanografía impecable, sin ver la hoja, sin corregir, sin faltas de ortografía, que sabían contestar una llamada telefónica, pero sobre todo, guardar secretos.

A mi me gustaba La Ganchita Andrea con su carita de muñeca chapeteada y su delgadez ligera con que partía la Plazuela por la Galeana, seguramente regresaba a casa desde la academia.

Un día que no voy a olvidar nunca, un grupo  de alumnas organizó un  baile  con Los Blue Birds en la terraza de un negocio en la esquina de California y Galeana.

 

A eso de las ocho de la noche, con azotea llena, un sembrado de   parejas bailaban de cachetitito mientras nosotros cinco, los conjunteros, se nos caía la baba nomás milando como el chinito,  lanzados, con la famosa voz  de Ramsés entre las   guitarras eléctricas, el  bajo y la batería de Arturo sobre una rola de los APSON, que por algún motivo se nos había colado en esos días de junio del 66 en un  amor platónico, de aquellos llamados por las abuelas,  a primera vista, típico de los romances adolescentes de ese tiempo.

Hasta aquí todo iba como en una novela de Tellado, pero de pronto, en un momento entre tandas, y

a eso de las nueve y quince de la noche por decir algo, pués habría que acudir a los archivos policiacos de la ciudad escritos en 1966 para aportar datos  más  precisos, comenzó una bronca sobre la California, un chamaco de la runfla de la plazuela contra un chapigordo poli local vestido de caqui y kepí, que (nunca supe por qué) masacró con el tolete a uno de nuestros camaradas que había bajado a la calle hasta dejarlo como el hombre elefante.

La raza indignada comenzó a lanzar botellas vacías de refresco y cerveza desde la terraza, y un operativo genízaro nos encarruchó en una de las tantas  vagonetas (pericas) tras de hacernos descender de la terraza por una estrecha escalera como   

si fuésemos terroristas de Al Qaeda en un lejano septiembre futuro en Nueva York.

En la jefatura de policia, entonces en 200 y Tabasco, la gritería de los 40 y tantos chamacos detenidos fue tan insoportable que el comandante en turno decidió transladarnos a la "Grande", la prisión oficial de la ciudad donde sin lugar a dudas nos tocaría pasar la noche junto a criminales de orden mayor.

Para mí, a los diecinueve y cuatro meses aquello era un castigo sádico, sobre todo para nosotros que no habíamos tenido nada que ver con aquel zafarrancho, como no fuera el aceptar un contrato para tocar en un festejo de la Academia Lourdes.

Nunca en mi corta vida a esa temprana  edad  había deseado tanto las claridades de la aurora.

Fue hasta el día siguiente, domingo, al medio día llamaron a mi hermano y a mí, y miré a  padre pagar una multa cabizbajo. 

Ya en casa caí como tronco en una cama, y a las seis de la mañana siguiente un camión Norte de Sonora me trasladó a Hermosillo donde estudiaba la prepa.

Tan pronto arribé a la casa de asistencia donde vivía, un compañero recostado en la cama de su habitación con el períódico de par en par  me dijo en voz  alta: "¡ Oye, no te enteraste de los batos que echaron al bote el fin de semana en Obregón...!

 

 

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