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1956
En la Capilla hay un ambiente nocturno y frío y los mármoles tienen el color que el mar tiene por la noche.
Hay en el altar un frío olor a noche. Pero es un olor santo.
En el pesebre al lado del Niño no nacido aún, la Virgen y San José en vela.
Pronto será Nochebuena y mi apá envió ya el Jeep de pedales y el deportivo del Yoni mi hermano con Liberato Figueroa que los va a dejar como nuevos, y cuando el día 25 ya que mi jefa haya colocado al Niño en el Nacimiento que está en la sala, nosotros preguntaremos por qué los de pedales son casi iguales
a los que nos amanecieron el año pasado; el señor de la tienda en el Mercado nos dirá que se debe a que los pidió a México con el mismo fabricante.
El arbolito con galaxias de pelo de ángel entre sus ramas brilla multicolor la Buena Noche, y al verlo siento un espíritu navideño que levita en la sala con difuminaciones de bosque y de pinares y aromas de trementina pero que no se opone a la emoción de encontrar mañana al abrir los ojos los regalos y juguetes pedidos al Santo Klos a través de mi madre.
No recuerdo haber escrito una carta al señor de las barbas largas y blancas, ni haber contemplado a mi amá con una pluma fuente soltando la mano sobre una hoja de papel para deslizar con habilidad de maestra de primaria su caligrafía Palmer que jamás supe dónde la aprendió. Tanto ella como mi apá tenían el arte de los amanuenses de la antigüedad, estilo manuscrito que yo siempre traté de imitar sin conseguirlo.
