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¡Se robaron a la Juanita!

Sergio Anaya
Domingo 16 de Enero de 2022
 

En la mañana huatabampense, húmeda y fría, doña Tencha fue de casa en casa a contarnos con lujo de detalles lo ocurrido el día anterior en el barrio: El cobrador de la mueblería se robó a Juanita, la subió en la parrilla trasera de su bicicleta y desapareció con ella. La madre ahogada en llanto y el padre jurando venganza eran la consecuencia de aquel acto insolente que sólo podía limpiarse con lágrimas, con sangre o con un matrimonio por lo civil. 

Para los más pequeños que escuchábamos el episodio narrado por Tencha, el robo de una muchacha como Juanita era un evento complicado, difícil de entender. ¿Cómo se robaba un hombre a una mujer? ¿La echaba en un saco, como los robachicos, o por la noche entraba de manera furtiva en casa de ella y se la apropiaba como quien se roba un radio o un reloj?

Ya entrados en detalle supimos que el cobrador empezó a visitar la casa de los Romero con una frecuencia inexplicable pues el abono por la sala nueva era semanal pero él pronto regresaba el martes, el miércoles y así cada día ya no para cobrar sino para platicar con Juanita, quien no era indiferente a los galanteos del joven flaco, de nariz prominente y lucidor a bordo de la bicicleta, con un aro de aluminio en el pantalón, a la altura del tobillo, para no mancharse con el aceite de la cadena, una gorra de beisbolista y a veces una guitarra para cantar sus cuitas al oído de ella. Así su presencia se hizo familiar y por eso cuando invitó a la muchacha a dar un paseo en la bicicleta nadie esperaba que se fueran sin regresar. 

Dos días después Juanita regresó a casa sólo para recoger su ropa y anunciar que pronto sería la señora esposa del cobrador. Invitó a los padres para que fueran testigos antes el juez, y si no querían ir de cualquier manera conseguiría a otros dispuestos a dar constancia en el acta matrimonial. Por supuesto que los padres aceptaron ser los testigos y, por qué no, los amorosos abuelos de un futuro nieto flaco y narizón.

La historia de Juana y el cobrador se repetía con frecuencia en aquel barrio huatabampense como en los de otras ciudades y así los niños entendimos el significado social de lo que era robarse a una novia, una salida práctica cuando el casorio formal, con misa, fiesta y luna de miel, estaba fuera del presupuesto de los jovenes humildes y enjundiosos a los que les hervía la sangre por aparearse.

Eran asuntos del barrio y pronto quedaban en el olvido cuando todos se acostumbraban a ver a la "robada" y al "ladrón" en la vida común de los matrimonios.

Uno de estos episodios, donde los personajes eran vecinos del Plano Oriente, aquí en Cd. Obregón, fue narrado por el periodista Alberto Macías en su columna publicada en El Herlado el 22 de abril de 1950:

 

Travesuras de cupido

De la popular barriada de Plano Oriente se ha perdido desde el lunes una agraciada jovencita, muy conocida en el vecindario y cuyo nombre es Elvia, Elvita, como le dicen cariñosamente sus amigos.

Claro que desde luego surge la sospecha de que hubo pantalones de por medio y el pensamiento asocia con la rapidez de un relámpago la consabida causa de "la atracción de los sexos". Sin embargo todavía nada se sabía ayer del paradero de la jovencita, que no se llevó ninguna ropa y se la tenía por seria y formal.

No han faltado quienes aventuren presagios siniestros, pero es mejor no hacer anticipos. Nosotros creemos que Elvita está bien segura en las redes de una pasión amorosa incontrolable. ¡Y ojalá que así sea!

Otra jovencita de nombre Adelaida, también huyó del hogar paterno en pos de su enamrado galán; pero los padres de la prófuga anduvieron listos y la ardorosa pareja legalizó sus relaciones ante don Pepe Bernal, previa lectura del catecismo. ¡Y aquí no ha pasado nada!

En nuestro pueblo es frecuente que se siga la línea de menor resistencia: El rapto y en estos últimos días los hemos tenido por partida doble.

Casi siempre se trata, en estos casos, de jovencitas inexpertas, que fácilmente caen en las redes de la seducción; otras veces tales fugas amorosas se deben a la oposición de los padres, que colocan a la púbera doncella en un callejón sin más salida que la furtiva escapatoria con el novio.

El dios vendado que no agota nunca las flechas de su aljaba, seguirá disparando con certera puntería hasta la consumción de los siglos.

 

25 de abril de 1950

Tres días después don Alberto escribió:

Sin ser detectives, nosotros ya sabemos dónde está escondida la tortolita del Plano Oriente, sólo que no nos conviene decirlo.


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