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Miércoles 4 de Dic de 2024
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Aquellas Navidades en los 1960s

Sergio Anaya
Domingo 11 de Diciembre de 2022
 

Esta crónica se ubica en el "paraíso perdido", la sobrevalorada infancia, cuando el mundo iniciaba en el entorno familiar y terminaba en el barrio, al lado de los amigos, entre juegos callejeros y chismes de señoras que temprano salían a barrer la banqueta de su casa.

Alrededor de esta pequeña atmósfera gravitaban las temporadas navideñas cuyo inicio era marcado por la fiesta del 12 de diciembre y la estampa familiar alrededor de la Guadalupana, rezando el rosario con su monótona repetición de avesmarías y padresnuestros hasta que la madre concluye el quinto misterio, el útlimo antes de sentarse todos a la mesa donde el menudo esperaba caliente... "Ardiendo", maldijo el hambriento que no esperó unos segundos antes de la primera cucharada.

Después del 12 de diciembre venían las posadas, que para entonces, a mediados de los sesenta, iban despareciendo en su tradición de fiestas caseras a las que asistía todo el barrio, amigos y "colados" por igual, todos en sana armonía, mientras un borracho hacía de las suyas buscando la oscuridad para descargar la vejiga. Hay algarabía, piñata y tamales, el frío cala en los huesos de los asistentes.

Esas posadas son cada vez más raras a mediados de los sesenta y en su lugar empiezan a multiplicarse los bailes que también se hacen llamar "posadas" y no son más que la estrategia comercial de las cervecerías y los salones de baile. El Olímpico es el más concurrido, allí bailan las parejas al ritmo de los Bluebirds y de la Orquesta Juvenil Coronado mientras el ojo vigilante de Manuel Islas persigue a los pasados de copas que amenazan con armar un pleito generado por el despecho, el celoso dolor de descubrir a la amada bailando con otro más feo que yo. Y ni trabajo tiene.

Mientras las parejas bailan en la pista del Olímpico, la chaperona aburrida hace como que los observa para cumplir con la orden de los padres, "no los pierdas de vista". En realidad la chaperona está a la espera de que aparezca un galán y la invite a bailar, pero sólo se acercan tipos medio borrachos, necios y trompudos, muy diferentes al príncipe azul que esperaban conocer en este baile.

Son los años sesenta, la decencia y las buenas costumbres aún tienen vigencia. Al terminar la posada, los novios caminan a casa abrazados discretamente mientras la chaperona camina unos metros adelante de ellos, haciendo como que no escucha cuando los novios truenan un beso salivoso.

A medida que se acerca la Navidad la atmósfera se carga de canciones alusivas, los villancicos, diciembre me gustó pa que te vayas y Javier Solís con el regaldo de Reyes. La radio repite incesante los anuncios de la botica Santa Mónica, El Nuevo Mundo, Modas Alejandra, MZ...

En la noche la gente recorre las tiendas del centro de la ciudad, cubiertos con chamarras y abrigos porque aquí, aunque ya nadie lo crea, sí había invierno.

Para los niños ricos y algunos de clase media, las bicicletas y los rifles de municiones, las muñecas importadas desde los Estados Unidos, la ropa comprada en Brackers y La Ville de París, un fin de semana en Nogales y Tucson.

Para los pobres, una pelota de esponja dura, ideal para jugar al "carro"; las niñas tienen con una muñeca y un juego de té. Para otros no hay juguetes, sólo ropa nueva, un pantalón, un suéter, párale de contar.

Después del 65, el regalo más codiciado por toda la familia fue el televisor, aunque fuera un pequeño, sin patitas, portátil, pero funcional para ver los programas del canal 2.

Y en la fiesta navideña toda la familia reunida, vestidos con sus mejores atuendos. Hasta el tío que trabaja en un camión se viste con su traje comprado en Luders un día que cedió a la tentación del despilfarro. La doña con su mejor estola, imitación piel de zorro o ardilla, es lo mismo, de todas maneras no es real.

La vida parecía más sencilla, más genuinos los sentimientos que reunían a todos en la noche del 24 de diciembre.

De las muchas cosas que han cambiado, sin duda ésta es la más signiticativa: Los niños de antes sí creían en el Santo Clos.

Así eran las navidades hace 50 0 más años.

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