(1962)
El Gordo Chimichangas era más chamaco que nosotros, la pelusa del callejón, y se colaba en la casa del Fausto para cerrar el trato de fabricarle, quien sabe como, una guitarra eléctrica "hechiza"; en términos actuales, una guitarra eléctrica "artesanal", o en otras palabras un cuerpo de madera, sólido y angosto, con un "emplastado" de taller de carrocería pintado a pistola, que imitaba la "S" deformada de las Fender gringas, más una pastilla electromagnética captora sacada de quién sabe de dónde. Es decir, "el Chimichangas fabricaba y vendía guitarras de rock hechizas.
Al Fausto le hizo el primer modelo fabricado por él y se la vendió tan barata comparada con las de marca que no lo podíamos creer.
En 1963, durante la primera Feria Agrícola y Ganadera en el campus del Estadio Álvaro Obregón, el Fausto tocó con su guitarra azul plomo made in home, como miembro de nuestro grupo de rock, asignado guitarra de armonía, a más de hacerse cargo de la segunda voz junto a nuestro popular vocalista.
Con el tiempo el Chimichangas se esfuma del barrio, pero tras un par de años regresa a visitarnos; ahora venía como "empresario" de venta de instrumentos eléctricos y para celebrarlo nos invitó a comer caguama de "Pancho el Caguamero", entonces tan cerca del barrio de la plazuela, ahí por la Veracruz, frente a lo que alguna vez fue el cine Cinelandia.
Aquel domingo al mediodía nos pusimos pilinkis de jugos y de tacos, y para acabalar unas ampolletas de pacifiquito de botella oscura que los crudos empinaban con deshidratado estilo norteño.
Después de aquella generosa comida pagada por aquel camarada de adolescencia, y tras presumirnos que iba para la sierra a promover su negocio, el Chimichangas desapareció de nuevo.
Por esos días yo tenía fecha de salida hacia la Ciudad de México para estudiar una carrera de ingeniería, y jamás volví a saber algo de este personaje del barrio de mi adolescencia rockera.
Si por casualidad hoy, este antiguo camarada llegara a leer esta nota de recuerdo pasado por alto en mis textos anteriores, pido una solemne disculpa a quien dentro de mi juventud provinciana deslumbraba a todos con sus proyectos de fabricar aquellos costosos instrumentos que en sus inicios exhibieron los aparadores de una entrañable "Casa Java", y más tarde aparecieron en toda la ciudad en manos de los conjuntos rockeros que viajaban a Tucson para comprarlos en dólares en la Chicago Store.