Pasé horas muy felices de mi infancia en cabinas de radio, acompañando a mi padre, locutor que amaba su oficio con pasión. Veo ahora la foto de al lado, aparece una cabina y me traslado a los años cuando me sentaba cerca de la tornamesa donde los discos reproducían la música de moda mientras mi padre revisaba el script con textos de los anuncios comerciales.
En esa época la publicidad local no se grababa, se escribían los mensajes para ser leídos en vivo con voz impostada según el servicio del cliente. No era lo mismo por supuesto anunciar con un dejo de alegría la próxima inauguración de una tienda que los servicios de una funeraria. "Esperamos que nunca se le ofrezca, pero si alguna vez necesita nuestros servicios, Funeraria...", debía leerse con tono grave y seriedad extrema, una obligación a veces pasada por alto cuando de un anuncio a otro el de la voz no hacía la pausa necesaria.
El xilófono también aparece en esta foto. Un instrumento indispensable antes de dar la hora, identificar la estación y pasar a la siguiente melodía.
En esos años empezaron a grabarse los comerciales en cinta magnética. Primero los de la publicidad nacional enviados desde la Cd. de México, después toda la publicidad local. La cinta se enrollaba en pequeños carretes y éstos se colocaban en una caja debidamente separados; el locutor sacaba los que indicaba el guión para esa hora y antes de concluir la canción en el tornamesa ya los había apilado para enrollar y desenrollar cada uno en la reproductora Ampex.
Era singular el estilo de cada locutor en el momento de hablar ante el micrófono RCA, el "cacarizo", pero había en todos un reconocimiento a la responsabilidad social que adquirían al hablar para un público amplio y anónimo. Tener licencia de locutor no era cualquier cosa sino el resultado de un esfuerzo para aprobar el examen al que debían someterse en las instalaciones de la Secretaría de Comunicación y Obras Pública, allá en el D. F.
La evolución tecnológica llevó luego a la grabación de anuncios en cartuchos y de allí a los CDs y la digitialización actual. Ha progresado mucho la tecnología pero tengo dudas si ha avanzado la preparación de los locutores. La competencia parece radicar hoy no en la voz o estilo formal de los locutores sino en la capacidad para expresar frases comunes, vulgaridades y gritos destemplados.
El talento de los buenos locutores, que los hay y muchos, suele ser opacado por la tendencia de convertir a la radiodifusión en un cesto de la basura cultural que nos inunda.
Y pese a todo, la radio sigue siendo un medio maravilloso, potenciador de la comunicación social y de la felicidad cotidiana de la señora que la escucha en casa y del señor que maneja un camión.
La radio puede ser eso y mucho más cuando está a cargo de locutores que aman su oficio y estudian para hacerlo cada vez mejor.
Foto: Dos locutores reconocidos por los radioescuchas locales. El maestro de la crónica beisolera Alfonso Araujo y David Wong... wong... ong.. ong...