En agosto de 2005, el Instituto Tecnológico de Sonora cumplió sus primeros cincuenta años de vida. El licenciado Carlos Moncada ha reseñado cómo nació la idea de fundar en nuestra ciudad una escuela de estudios superiores, idea que surgió en una sesión del Club de Leones después de una emocionada intervención de don Moisés Vazquez Gudiño, quien argumentó que era una vergüenza que los jóvenes cajemenses tuvieran que emigrar para acceder al bachillerato.
Efectivamente, ante el hecho de que el nivel máximo que teníamos era el medio básico, en los años anteriores a 1955 fuimos muchos los que tuvimos que irnos de Cajeme para estudiar el nivel medio superior, por lo que la ida aquella encontró el eco que se necesitaba para hacerla realidad.
Con el nombre de Instituto de Estudios Superiores Justo Sierra empezó a servir a Cajeme y al sur de Sonora. No sé si viva aun alguno de los maestros fundadores. Yo no tengo ese honor pues empecé impartiendo clases meses después, en 1956. El primer director fue el doctor Julio Ibarra Urrea. Debió haber sido el señor José Maria de los Reyes a quien se le designó como tal y se le invitó para que viniera desde la Capital mexicana, pero nunca hubo algo definitivo.
Cuando el Consejo Directivo me eligió, era una Dirección General el cargo al que llegaba. De acuerdo con la ley, el Gobernador del Estado, en esa época don Faustino Felix Serna, enviaba una terna al Consejo directivo el cual escogía de entre ellos al director. Esa elección se dio en marzo de 1972, después de una entrevista que tuve con el Gobernador, quien tuvo la gentileza de invitarme a platicar con él. Nunca supe si lo hizo también con el doctor Eugenio Martínez y con el ingeniero Alberto Zazueta, los otros integrantes de la terna. Me pidió Félix Serna que considerara la posibilidad de formar parte de ese trío y acepté porque me pareció un bonito reto y porque se me prometió que en caso de llegar a la dirección tendría una razonable libertad para actuar en lo académico, incluyendo la posibilidad de crear la Universidad del Sur de Sonora.
Llegó la sucesión y fui electo Director General.
Ya en el ejercicio de su cargo, planteamos al Gobernador Biébrich nuestras ideas: fundar la primera Universidad en el sur del Estado, eliminar las preparatorias, crear carreras profesionales y cobrar colegiaturas ofreciendo créditos a los muchachos. Igualmente le pedimos por primera vez que se dotara de autonomía al ITSON y le llevamos un proyecto de ley. No puedo decir que no nos apoyó, sí lo hizo pero a lo más que accedió fue a nombrar un nuevo Patronato en el que figuraban gentes de todo el Estado. Tengo en mis archivos la copia de aquellos nombramientos.
Alfonso Castellanos Idiaquez, rector de la Universidad de Sonora, era un viejo maestro del Biébrich, y se opuso frontalmente a nuestras ideas influyendo en el ánimo del Ejecutivo. Nuestra frustración fue enorme porque no había fundamento para esa cerrazón oficial. Les resultaba impensable que existiera otra Universidad autónoma en el Estado, razonamiento egoísta que nos desesperaba puesto que confiados en la promesa original de respaldo, habíamos empezado a reestructurar todo el aparato administrativo y académico de la institución.
Éramos de la idea de, al mismo tiempo de iniciar carreras profesionales a nivel licenciatura, eliminar el bachillerato del ITSON, lo cual no era fácil pues se necesitaba abrir la alternativa para los jóvenes que accedían a ese nivel. Con ese propósito me había entrevistado en la Ciudad de México con el ingeniero Manuel Garza Caballero a la sazón director de enseñanza técnica agropecuaria de la SEP y con el ingeniero Roger Milton Rubio Madera de enseñanza técnica industrial y las alternativas que tuvimos fueron el entonces Centro de Estudios Científicos Tecnológicos (CECYT) ahora Centro de bachillerato Técnico, industrial y de servicios (CEBATIS) 37 y el Centro de Estudios Técnicos agropecuarios (CETA) ahora Centro de estudios de bachillerato técnico agropecuario (CEBETA) 38 de la Colonia (hoy Comisaría) Marte R. Gómez-Tobarito, con la circunstancia de que el ITSON pagó la plantilla de profesores de ésta última durante 22 meses hasta que se aprobaron los presupuestos correspondientes. Igualmente, con un subsidio de 10 mil pesos mensuales proporcionado por el ITSON durante casi año y medio, se abrió la Escuela preparatoria universitaria de Ciudad Obregón (EPUCO) del profesor Manuel Villegas Aldrete. Esas fueron las opciones para que cubrieran el nivel medio superior que cerraba nuestra Casa de estudios. Poco tiempo después se creó el Colegio de Bachilleres (COBACH) en su plantel de la calle Jalisco y entonces ya no hubo mayores problemas para captar el flujo de los egresados de secundaria.
Con la asesoría de expertos como don Alfonso Rangel Guerra quien ya había sido rector de la Universidad de Nuevo León y secretario ejecutivo de ANUIES, de Olac Fuentes Molinar, años después subsecretario de Educación Pública, del profesor Roberto Arizmendi y de otros educadores igualmente valiosos, se proyectó un diseño distinto al tradicional, abandonando la estructura de la Universidad napoleónica y creando una escuela departamentalizada como creo que funciona hasta la fecha. Eso ahorra una cantidad enorme de dinero ya que los gastos no se repiten como en la mayoría de las universidades sino que simplemente se crean carreras tomando recursos materiales y humanos de los departamentos. Esto hace que se ofrezcan, por ejemplo, las mismas matemáticas (hasta los niveles aconsejables), a contadores y a ingenieros o a administradores, sin que tengan que diferenciarse los grupos: en un mismo salón se confunden unos y otros hasta que empiezan a distinguirse por el énfasis que a cada uno corresponde. Yo creo que ninguna universidad mexicana ha logrado lo que el ITSON en este aspecto. La UNISON siguió nuestro ejemplo pero no pudo con las inercias y resulta que tiene un doble aparato: escuelas y departamentos.
Se ha dicho que nos inspiramos en la Universidad de Aguascalientes para crear el actual ITSON. Hay mucho de cierto, sobre todo en lo que toca al financiamiento de los estudiantes. En octubre de 1972 asistí por primera vez a una asamblea de Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) en Tepic y allí conocí al contador Humberto Martínez de León, director del Instituto Científico y Cultural de Aguascalientes, antecedente de la ahora Universidad Autónoma de aquel Estado y me contagió su entusiasmo cuando me hablaba de la posibilidad de prestar dinero a los estudiantes para que pagaran colegiaturas en escuelas públicas. Me invitó a visitar al fideicomiso para el desarrollo de recursos Humanos del Banco de México cuyo director era Oscar Méndez Nápoles. Fuimos al Distrito Federal y nos entrevistamos con ese funcionario quien nos dio toda la información que requeríamos para crear un “fondo de crédito educativo” en cada una de nuestras escuelas. Humberto tuvo el gran apoyo que a nosotros nos faltó pues logró la comprensión de su gobernador el doctor Francisco Guel Jiménez y se decretó el nacimiento de su Universidad dotándola de autonomía. Lo hizo tres años antes que nosotros.
Para entonces, conocí al creador del crédito educativo en Latinoamérica, el señor Gabriel Betancour, colombiano con un gran prestigio en la Asociación Panamericana de Instituciones de Crédito Educativo (APICE). De él aprendí muchas cosas, su pensamiento era claro, brillante y eminentemente práctico. Gabriel falleció agobiado por la pena del secuestro de su hija Ingrid por las guerrillas. Ella era candidata a la presidencia de aquel país y estuvo mucho tiempo en cautiverio.
Terminó abruptamente el gobierno del licenciado Biebrich y llegó al poder don Alejandro Carrillo en octubre de 1975. En cuanto pude hice contacto con él y desde la primera vez nos entendió, como un viejo maestro universitario que era: comprendió que lo que pedíamos para Cajeme y para el sur de Sonora era totalmente legítimo y viable. Visitó al ITSON y aceptó que le presentáramos un proyecto de ley que ya teníamos. Lo pulimos y lo llevamos por allá por mayo de 1976 con la consecuencia de que el día 30 de Septiembre de aquel año, el Congreso aprobó la iniciativa enviada por don Alejandro decretando la ley orgánica otorgando autonomía y libertad académica a nuestra Escuela. Fue una página bellísima de la que todavía me emociono al recordarla. Estuvimos en la sesión del Congreso el maestro Felipe Múzquiz y yo y nos regresamos en tren a Ciudad Obregón.
Debo mencionar a otras personas que contribuyeron a redactar aquel proyecto que el licenciado Carrillo adoptó como iniciativa. Para entonces habíamos reclutado a una pléyade de jóvenes universitarios como maestros en diversos lugares: en Monterrey a Felipe Múzquiz, Heriberto Amaya, Germán Gaxiola, Francisco Azcúnaga, Armando Murillo, Raúl Camacho. En Guadalajara a Vicente Amézaga; en Durango al ingeniero Bueno y al ingeniero Jesús Nájera. Luego al doctor Hans Egli, al doctor Gerardo Buelna, al doctor Roberto Salmón Castelo, etc. Aquello era una verdadera “revolución cultural”.